La supuesta zarina, la princesa Tarakanova (1753-1775)
La princesa en la cárcel. Konstantín Flavitsky. Tretyakov Gallery. Wikimedia Commons
El 5 de enero de 1762 fallecía la zarina Isabel I Petrovna. Con ella se llevaba un secreto que pondría en jaque el reinado de su sucesora. Una misteriosa mujer, conocida como la princesa Tarakanova, se presentaría 10 años después en París como su hija y heredera legítima. Los detractores de la entonces zarina Catalina II verían en aquella bella dama de finos y cultos modales a su sustituta.
El testamento de la discordia
Cuando una extraña y misteriosa mujer venida de la lejana Persia se presentó en la alta sociedad de París con el nombre de Princesa Vlodomir nadie podía pensar que lo hacía con la intención de derrocar a una de las monarcas más poderosas de la Europa ilustrada. Su única fuente y prueba de sus reales orígenes era un supuesto testamento de la zarina Isabel I, al parecer su madre, que contradecía sus últimas voluntades oficiales. Según ese testamento, la Princesa Vlodomir, era en verdad Isabel Alekseyevna, hija de la difunta zarina y de un cosaco ruso, el conde Razumovsky con el que se habría casado en secreto. “Todo induce a creer que la llamada princesa Tarakanova fue el fruto de aquella aventura de la voluble soberana”1.
Si el testamento que defendía la princesa Tarakanova era verdadero, entraba en frontal contradicción con la voluntad oficial de Isabel I quien, soltera y sin hijos, había dejado el trono a su sobrino Pedro III, quien más tarde se casaría con Catalina Alekseyevna, Catalina II.
El instrumento de los descontentos
Isabel Alekseyevna era una “hermosa joven de cabello rubio, mirada azul oscura, rasgos circasianos2” y que, según los retratos de la época, guardaba un cierto parecido con la difunta zarina Isabel II. Culta, refinada y educada, los modales de la princesa Tarakanova hacían pensar a quienes la conocieron que, fuera cual fuese su origen, era sin duda una dama de alta alcurnia.
El testamento de la discordia
Cuando una extraña y misteriosa mujer venida de la lejana Persia se presentó en la alta sociedad de París con el nombre de Princesa Vlodomir nadie podía pensar que lo hacía con la intención de derrocar a una de las monarcas más poderosas de la Europa ilustrada. Su única fuente y prueba de sus reales orígenes era un supuesto testamento de la zarina Isabel I, al parecer su madre, que contradecía sus últimas voluntades oficiales. Según ese testamento, la Princesa Vlodomir, era en verdad Isabel Alekseyevna, hija de la difunta zarina y de un cosaco ruso, el conde Razumovsky con el que se habría casado en secreto. “Todo induce a creer que la llamada princesa Tarakanova fue el fruto de aquella aventura de la voluble soberana”1.
Si el testamento que defendía la princesa Tarakanova era verdadero, entraba en frontal contradicción con la voluntad oficial de Isabel I quien, soltera y sin hijos, había dejado el trono a su sobrino Pedro III, quien más tarde se casaría con Catalina Alekseyevna, Catalina II.
El instrumento de los descontentos
Isabel Alekseyevna era una “hermosa joven de cabello rubio, mirada azul oscura, rasgos circasianos2” y que, según los retratos de la época, guardaba un cierto parecido con la difunta zarina Isabel II. Culta, refinada y educada, los modales de la princesa Tarakanova hacían pensar a quienes la conocieron que, fuera cual fuese su origen, era sin duda una dama de alta alcurnia.
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Modelo absoluto del despotismo ilustrado, Catalina la Grande gobernó Rusia en solitario tras la desaparición de su marido. Llevó a cabo reformas agrarias, económicas y políticas que provocaron el descontento de una gran parte de la sociedad rusa.
Quizás una de las acciones que más descontentos provocó en la política europea fue la fuerte influencia que Catalina ejerció sobre el rey polaco Stanislas Poniatowski quien terminó bajo la tutela de la zarina rusa. Ante los recelos de las otras grandes potencias de la zona, Austria y Prusia, los tres grandes procedieron al primer reparto de Polonia el mismo año 1772.
Así, los nobles exiliados y con ansias de derrocar al rey polaco subyugado a la voluntad de la zarina, creyeron o quisieron creer la historia de aquella dama que les ofrecía la posibilidad de sustituir a una emperatriz por otra.
Un amor envenenado
Catalina se enfrentó en 1773 a una espectacular revuelta de campesinos dirigidos por un tal Pugatchev que dijo ser ni más ni menos que su difunto marido. Aquel escándalo desestabilizó el gobierno de la zarina mientras que su supuesta prima política iba ganando cada vez más adeptos allá a donde iba.
La fama de la princesa Tarakanova llegó a inquietar en exceso a Catalina, quien decidió tomar cartas en el asunto. El conde Aleksei Orlov fue el encargado de atraer a la princesa a Rusia y ponerla en manos de la voluntad de Catalina. Orlov tuvo la sangre fría de entablar una amistad con la princesa, amistad que derivó en un falso pero ardiente amor hacia ella. Así, en Livorno, el conde Orlov pidió a la princesa en matrimonio. Cegada por aquel romance, la bella aspirante al trono ruso, subió al buque de su prometido con la intención de desposarse con él. En vez de eso, una vez en cubierta, técnicamente territorio ruso, Orlov no dudó en detenerla y llevarla rumbo a San Petersburgo ante la angustiosa sorpresa de la princesa.
En mayo de 1775 la princesa Tarakanova llegó a la fortaleza de San Pedro y San Pablo donde fue retenida hasta su muerte. Sometida a duros interrogatorios en condiciones lamentables, no dejó de afirmar con vehemencia que ella era hija de Isabel I mientras su cuerpo se iba debilitando por una mortal tuberculosis.
Una vida misteriosa y una muerte de leyenda
La enfermedad de la princesa fue empeorando hasta que el 4 de diciembre de 1775 fallecía en aquella lúgubre fortaleza en medio del río Neva. Varias leyendas circularon años después de su muerte. Una de ellas aseguraba que la aspirante al trono de los Romanov había muerto dos años después de su muerte oficial, en 1777 a causa de una inundación del río Neva, leyenda que inmortalizó el pintor Konstantin Flavitsky. Otras historias aseguraban que había sido obligada a ingresar en un convento como la hermana Dositea y que vivió hasta 1810.
Al final, la historia de la princesa Tarakanova quedó sin resolver. ¿Murió una legítima heredera de la dinastía Romanov bajo la fría mirada de la usurpadora Catalina, o fue una simple muchacha a quien alguien llenó la cabeza de novelescas ideas y los descontentos de la Rusia de finales del XVIII la utilizaron? La única verdad de todo esto es que la Gran Catalina no desdeñó el peligro que entrañaba aquella bella criatura. Por algo sería…
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1. La princesa Tarakanova, G.P. Danilevsky. Pág. 212
2. Íbid. Pág. 213
La princesa Tarakanova, G.P. Danilevsky
Quina vida tant apassionant! Ens recomanes tants llibres interessants que no donarem a l'abast! Una abraçada.
ResponderEliminarUna historia que me atrapó con la novela de Danilevsky, muy recomendable,
ResponderEliminarbesucus
Se me hace extraño que nadie le notase el embarazo a Isabel
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