Foto: Wikimedia Commons Las guerras provocan miles de muertos. Los que consiguen salvar sus vidas, no siempre regresan a casa indemnes y las heridas o mutilaciones suponen un trauma difícil de superar. Durante la Primera Guerra Mundial, una joven norteamericana que vivía con pasión el arte de la escultura, no dudó en utilizar su genio para reconstruir los rostros deformados de los soldados heridos en el frente. Su labor no salvó vidas, pero sí sanó decenas de almas al devolver a aquellos hombres un rostro al que mirarse sin horror. Anna Coleman Watts había nacido en la localidad norteamericana de Bryn Mawr, en el estado norteamericano de Pensilvania, el 15 de julio de 1878. Sus padres, John y Mary Watts, alentaron el espíritu artístico de Anna, quien estudió escultura en Europa durante su juventud. Casada en 1905 con un doctor llamado Maynard Ladd, con quien tuvo una hija, Anna continuó formándose y desarrollando su arte en el Museum School de Boston, localidad en la que se había i...
Soy Sandra Ferrer Valero, escritora apasionada por la historia de las mujeres. Comparte conmigo el amor hacia un pasado en femenino