A la sombra del papado, Olimpia Maidalchini (1591-1657)
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Cuando el 15 de septiembre de 1644 el cardenal Giambattista Pamphili era elegido papa como Inocencio X pocos imaginaban que junto al nuevo pontífice gobernaría en Roma su cuñada. Desde siempre, Olimpia Pamphili demostró que nadie iba a controlar su vida, más bien era ella la que estaba decidida a controlar la de los demás. Con un carácter ambicioso en extremo, consiguió escalar en la sociedad romana hasta situarse al lado de la silla de Pedro. Desde allí controló los movimientos del papa, las decisiones del Vaticano y a los ciudadanos de Roma mientras llenaba sus arcas con exagerada avaricia. A su muerte había amasado una ingente fortuna.
Olimpia Maidalchini había nacido el 26 de mayo de 1591 en la ciudad italiana de Viterbo. Su padre era Sforza Maidalchini y su madre, Vittoria Gualterio, una noble de Orvieto hija ilegítima del obispo de Viterbo. Sus padres pensaron ingresar a Olimpia en un convento pero no contaron con la personalidad de la joven que no dudó en acusar en falso al confesor del monasterio donde debía ingresar para evitar la clausura. Aunque el pobre religioso fue absuelto, ya nadie la quiso tras los muros de su convento.
Poco después se casaba con Paolo Nini, uno de los hombres más ricos de la ciudad de Viterbo. Olimpia se quedaba viuda antes de haber cumplido los tres años de casada. Con la herencia de su marido se trasladó a Roma en busca de un marido que la ayudara a situarse entre la alta sociedad de la ciudad. El elegido, con el que se casó en 1612, era un hombre casi treinta años mayor que ella pero perteneciente a una familia noble de Roma. Además, Pamphilio Pamphili, que así se llamada el marido, era hermano de un cardenal, Giovanni Battista Panphili, muy bien posicionado en la curia vaticana.
En 1639 quedaba viuda por segunda vez pero ni ella ni su hijo Camilo Pamphili se separaron del cardenal que en 1644 fue nombrado papa como Inocencio X. Durante casi una década, el tiempo que su cuñado ocupó la silla de Pedro, Donna Olimpia, como se la conocía en Roma, fue su sombra insaciable de poder. Sin ningún escrúpulo, no sólo consiguió que su hijo fuera nombrado cardenal, sino que obligó a todo aquel que quería ostentar un rango en el Vaticano a dejar previamente en su bolsillo grandes cantidades de dinero.
Donna Olimpia también se dedicó a controlar a las prostitutas romanas obligándolas a pagarle si querían ejercer en la ciudad, convirtiéndose así en la más grandes proxenetas de la historia. Los ejemplos de su avaricia configuran una larga lista. Entre ellos, voces que aseguran que Bernini tuvo que recibir su beneplácito para poder erigir la hermosa fuente de los cuatro ríos de la Plaza Navona. Pero uno de los más sonado sucedía en 1650 durante el jubileo cuando no le tembló el pulso a la hora de quedarse con el dinero obtenido de un organismo creado por ella misma de asistencia a los peregrinos.
De I, Sailko, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=16496048
Poco le importaba a Olimpia las críticas que se escribían sobre ella en la famosa estatua de Pasquino (de ahí la palabra "pasquín") que decían cosas como esta: "Olim pia, nunc impia" (Otrora piadosa, ahora impía).
Inocencio X lejos de intentar cambiar las cosas con respecto a su cuñada de quien, por cierto, las malas lenguas decían que era su amante (aunque esto nunca fue probado históricamente), le seguía el juego y las apariencias con fundaciones como el Instituto de Viudas en Duelo destinado a la devoción de la Purísima Concepción. El papa llegó incluso a darle el título de Princesa de San Martino al Cimino, una abadía medio derruida cercana a Viterbo que Olimpia reformó y convirtió en su última morada.
En 1655 fallecía Inonencio X. Pocos días antes de su muerte, Olimpia se afanó en saquear las habitaciones papales y llevarse de los aposentos de su agónico cuñado todo el oro que pudo. Y cuando el papa exhalaba su último aliento, la que fue su larga sombra durante años no tuvo reparos en dejar que su cuerpo se pudriera sin preocuparse por darle digna sepultura pues era una "pobre viuda sin recursos".
Olimpia Pamphili terminó sus días recluida en San Martino. Cuando murió el 27 de septiembre de 1657 dejó en la tierra una herencia de dos millones de escudos.
Un homenaje merecido a las que sobrevivieron a la historia y un largo duelo por las que fueron y son silenciadas día a adía en diferentes partes del mundo, con velos, con la muerte, con la esclavitud o acusadas de brujería.
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