La artillera, Agustina de Aragón (1786-1857)
La defensa de Zaragoza. David Wilkie. Wikimedia Commons
El 2 de julio de 1808 Zaragoza resistía el asedio de las tropas francesas. En una de las puertas de la ciudad, la conocida como del Portillo, una joven de no más de veinte años cogía un botafuego y, por encima de los soldados caídos, encendía la mecha de un cañón. El disparo obligaba a los franceses a batirse en retirada. Agustina de Aragón, con este valiente gesto, se convirtió en un mito. Como ella, muchas otras mujeres lucharon con valentía en la guerra de la Independencia española.
Los orígenes de Agustina
Agustina Raimunda María Saragossa i Domènech había nacido en Barcelona el 4 de marzo de 1786. Sus padres, Francesc Ramon Saragossa i Labastida y Raimunda Domènech i Gasull, eran unos campesinos de Lérida que habían emigrado a Barcelona en busca de una vida mejor.
Siendo aun una joven de 17 años, Agustina se casó con Joan Roca i Vilaseca. Joan era un cabo segundo de artillería que había sido destinado temporalmente a Barcelona. Durante cinco años la pareja vivió feliz. Tuvieron un hijo, al que llamaron como su padre. Pero la entrada de las tropas napoleónicas en España iba a truncar aquella existencia tranquila.
Empieza la guerra
Juan Roca fue pronto movilizado. Agustina intentó seguirle como era costumbre entre las mujeres de los militares, pero al final tuvo que trasladarse con su hijo a Zaragoza, donde al parecer vivía una hermana suya. El matrimonio no se reencontró hasta el fin de la guerra.
La rebelión de Zaragoza
El 25 de mayo de 1808, las autoridades zaragozanas defensoras de la nueva dinastía encabezada por José I fueron depuestas. El general José de Rebolledo Palafox tomaba entonces el gobierno y el control de la ciudad. La rebelión de Zaragoza llevó pronto a los ejércitos franceses a sitiar la ciudad. Para entonces, Agustina ya se había instalado con su hermana.
A pesar de que, a priori, la situación geográfica de la ciudad y el número de contingentes franceses hacían de Zaragoza un sitio relativamente fácil para el enemigo, las tropas napoleónicas se encontraron delante a una población dispuesta a luchar con lo que fuera y como fuera. Entre los ciudadanos, numerosas mujeres se mostraron dispuestas a colaborar en la defensa de la plaza, suministrando municiones, agua y alimentos o luchando con el enemigo.
Agustina de Aragón. Augusto Ferrer-Dalmau. Wikimedia Commons
El nacimiento del mito
En ese mismo lugar un oficial arrancó las insignias de un artillero caído en combate y se las dio a Agustina. Había nacido “la Artillera”. Los combates continuaron. Agustina se mantuvo firme en su lucha como miembro del cuerpo de Artillería.
La lucha fuera de Zaragoza
La joven fue hecha prisionera pero consiguió escapar. Tras sufrir la dramática desaparición de su hijo, Agustina decidió continuar con su vida de artillera y se presentó en la Junta Provincial de Teruel donde se reincorporó al ejército y continuó batallando contra los franceses hasta el final de la contienda en 1813.
Una vida itinerante
Terminada la guerra, Agustina se reencontró con su marido de nuevo en Zaragoza, donde permanecieron poco tiempo. La pareja viajó a Segovia, Barcelona, donde tuvieron a su segundo hijo, y Valencia. De vuelta a Barcelona, en 1823 moría su esposo.
Agustina volvió a casarse en Valencia con un médico, Juan de Cobo y se instalaron en Sevilla donde tuvieron una hija. Tras una etapa relativamente tranquila, Agustina y Juan se distanciaron debido a las ideas carlistas de su marido. Su hija Carlota, casada con un oficial de artillería, se había instalado en Ceuta. Desencantada de su matrimonio, Agustina decidió en 1853 irse a vivir con su hija. Cuatro años después, el 29 de mayo de 1857, moría Agustina, a los 71 años de edad.
De vuelta a Zaragoza
A pesar de que Agustina fue enterrada en Ceuta, en 1870 se decidió trasladarla a la ciudad que la convirtió en una auténtica heroína. Con grandes honores, su cuerpo fue depositado en la basílica del Pilar. Aun tendría que hacer un último viaje. En 1908, en la iglesia de Santa María del Portillo se erigió un mausoleo en recuerdo de las mujeres y hombres caídos en ese mismo lugar 200 años atrás. Ese debía ser el último viaje de Agustina.
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