Ir al contenido principal

La Canción

Ahora que se habla tanto de Eurovisión, de su politización, de la pérdida de su esencia, os recomiendo que veáis la deliciosa serie La Canción (Movistar Plus). Inspirada en cómo se fraguó la decisión de enviar a Massiel al festival, con un tono desenfadado y alejado de trifulcas políticas que últimamente lo impregnan todo, a lo largo de tres episodios se repasa no sólo la historia concreta de la discusión con Joan Manel Serrat a cuenta de su petición de cantar en catalán y la llegada en el último momento de un huracán como Massiel interpretada, por cierto, por una magnífica Carolina Yuste.  A lo largo de la historia real, descubrimos historias personales de personajes ficticios, pero muy auténticos y seguramente con muchos correlatos en la vida real. Chicas jóvenes con ganas de cambiar el mundo; muchachos con ideas pero con miedo a enojar al régimen de Franco; otros dispuestos a romper tabúes demasiado peligrosos... Todo, como digo, en una recreación muy divertida en la que, adem...

El amor de Abelardo, Eloisa (1101-1163)



Tu sabes amado mío lo mucho que he perdido al perderte a ti. Y cómo la mala fortuna – valiéndose de la mayor y por todos conocida traición – me robó mi mismo ser al hurtarte a ti. Con estas palabras Eloisa llora la pérdida de su amor, Abelardo, en una de las muchísimas cartas que se escribieron a lo largo de su desdichada existencia. Porque conocer a Eloisa es conocer uno de los amores más puros, sinceros y conocidos de la Edad Media. Y para hablar de Eloisa hemos de hablar ineludiblemente de su amor, Abelardo.

Eloísa
Ella fue un dama francesa culta e inteligente que un día tuvo la suerte o la desdicha de recibir clases de filosofía de unos de los mejores maestros del París de su tiempo. El canónigo Fulberto tenía a su cargo a su sobrina Eloisa. En aquel tiempo Abelardo ya se había ganado una fama importante como maestro en la colina de Santa Genoveva y en la escuela catedralicia de Notre Dame. Con su elocuencia, oratoria, lógica e inteligencia consiguió derrotar intelectualmente a los antiguos maestros quedándose con todos los alumnos que se apiñaban diariamente en sus clases.

Abelardo se instaló en casa de su pupila y pronto el amor surgió entre ellos. La diferencia de edad, más de veinte años, no fue un obstáculo para que el maestro sedujera a la alumna y la alumna cayera rendida en sus brazos. Nacido el amor entre ellos, todo fueron desdichas. No fue extraño que Eloisa se quedara embarazada. Conocedores de la difícil situación, huyeron a Bretaña donde una hermana de Abelardo les dio cobijo y se hizo cargo del niño, al que pusieron de nombre Astrolabio.



De vuelta a París, Eloisa tomó los hábitos en el convento de Argenteuil y Abelardo en Saint-Denis. Pero mientras Eloisa terminó su vida en la clausura, Abelardo volvió a su mundo educativo, filosófico e intelectual. A partir de aquel momento su relación se tornaría platónica a la fuerza.

Abelardo
Él era el primogénito de una familia importante de Palais, en la Alta Bretaña, por lo que estaba destinado a la carrera militar. Sin embargo, su pasión por el estudio le hizo abandonar su herencia y su destino inicial. Poco a poco fue escalando en el mundo intelectual hasta llegar a ser el maestro más codiciado de París. Pero su éxito y sus ideas le reportaron la envidia y el odio de muchos. Reconocido posteriormente como uno de los padres de la lógica, defensor de la búsqueda de Dios a través de la razón, llegó a enfrentarse al mismísimo San Bernardo de Claraval.

En el ámbito personal, su temeraria huida con Eloisa no dejó impasible a su tío quien planeó a su vuelta la más cruel de las venganzas. Abelardo fue castrado por los hombres de Fulberto.

A pesar de la humillación personal y de los enfrentamientos públicos, Abelardo no se rindió nunca y continuó amando a su compañera Eloisa y defendiendo sus ideas filosóficas. 



Abelardo y Eloisa
El amor de Abelardo y Eloisa quedó gravado para siempre en la memoria de la historia gracias a las cartas que se escribieron a lo largo de su desdichada relación.

Sólo la muerte los reunió de nuevo. Cuando Abelardo murió en 1142, Eloísa hizo traer su cuerpo a el Paráclito, monasterio del que era abadesa. Veintiún años después se reunía definitivamente con su marido, compañero, amante y amigo. En el siglo XIX sus restos eran trasladados a París.

 Si quieres leer sobre ella 

El amor y la muerte, la tragedia de Eloisa y Abelardo, Jose Luis Corral

Cartas de Abelardo y Eloisa
Eloisa y Abelardo, Regine Pernoud

Comentarios